Chus

Chus creció en las Casas Encarnadas, entre el barrio de Las Rehoyas y El Polvorín, en Las Palmas de Gran Canaria, una zona que ya no existe y en una época donde ambas zonas estaban bastante degradadas. De diciembre de 1986, el nombre de Chus viene de Jesús y se visibiliza en femenino desde “el pilar de persona, independientemente del sexo”, especifica.

No le genera conflicto que le hablen en masculino pero quien le conoce y trata le habla en femenino. Le relaja pintarse las uñas, lleva moño y tiene algunos tatuajes. A la última cena de empresa fue ataviada con unos leggins y unos tacones de “Modas Selene”, su hermana, su incondicional.

“Tengo la suerte de que en mi familia, que principalmente es elegida, hay muchísima diversidad. A nivel colectivo siempre hablo en femenino porque integra más”, comenta. “Creo que poder expresarte facilita espacios en los que las personas se acercan a ti. Quien se está descubriendo o tiene dudas le sirve, la integra”, y para otras es un choque que les facilita cuestionarse ciertos pensamientos, argumenta sobre su expresión de género no normativa. Lleva trabajando con jóvenes desde los 17 años y jamás le han cuestionado por qué se pinta las uñas. “Han interiorizado que yo soy Chus. Y que yo soy así”, dice.

“Empecé a trabajar muy joven porque vengo de una familia con pocos recursos económicos”, introduce. Comenzó como monitora haciendo temporadas en los campamentos de verano y a los 21 años ya se había emancipado. En plena crisis del ladrillo y criada en una familia muy vinculada a la construcción, Chus se buscó la vida con becas para poder ir a la universidad.

“Me enfoqué en los estudios. El hecho de que no se valorase en casa a mí me hizo valorarlo mucho más. Hice la carrera en cuatro años porque a la vez trabajaba”, explica sobre su diplomatura en Trabajo Social. Chus se alegra de haber plantado la semilla de los estudios en su hermana pequeña, con la que tiene un vínculo muy fuerte: “Ella también interiorizó estas cuestiones. Incluso estudió el mismo ámbito y comenzó a trabajar también pronto”, dice sobre Selene, que está cursando Educación Social.

A nivel político Chus es un hombre cisexual gay. Admite tener el concepto de hombre bastante desdibujado, igual que el de mujer y el de género. “No lo tengo claro. Respeto las opiniones de todo tipo pero; ¿qué te hace ser hombre? ¿Qué te hace ser mujer?”, se pregunta. Desde luego su camino lo tiene claro: “No tengo límites a la hora de vestirme y expresarme. Si me gusta algo me lo pongo, si me siento cómoda actuando de cierta manera, así actúo. La estructura binarista limita, la mires por donde la mires”.

“Hoy en día poder ser es una lucha, te identifiques con lo que te identifiques es una lucha. Y no debería serlo”, revela. “Si tu expresión, tu orientación o tu identidad rompe con esa norma binarista es una lucha constante. Y aunque sea interna e individual debería ser colectiva para la comodidad de todas. Porque somos personas y porque vivimos en comunidad, y lo hace más fuerte y llevadero”, argumenta sobre la necesidad de romper con el binarismo de género y luchar como sociedad unida. “No todo el mundo tiene los mismos privilegios. Es verdad que buscamos espacios de seguridad como cualquier persona independientemente pero hay gente que lo tiene más difícil y, dentro de esas dificultades, la lucha es común. Vivirlo de manera común hace que sea más llevadera y feliz. Porque realmente si hay algo que quiere todo el mundo es ser feliz”, destaca.

Chus pasó gran parte de su crianza con sus abuelos maternos, zapatero militar y ama de casa, y aunque se sentía comprendida por ellos nunca les contó lo que sufría. “Más de un trompazo me llevé”, revela. “Desde pequeña tuve pluma y en los 80 no había tanta visibilidad. En el colegio lo pasé un poco mal”, relata.

Siempre supo que era gay. Era evidente a todas luces para todos pero nadie hablaba del tema. Se corría un tupido velo vez tras vez. Le daban manotazos para que corrigiera su pluma y, como llevaba el pelo largo y no tenía barba, muchos le confundían con su hermana. Surgían los conflictos en los eventos familiares: “Me miraban raro, me decían que parecía una niña, que qué hacía con mi pelo largo, que no conseguiría trabajo…”

Así, llegó un día en que tomó la decisión de multiplicar su pluma. Si se iban a molestar, que lo hicieran con argumentos. La lógica era clara: “Si les molesta mi nivel de pluma que es, por ejemplo,un nivel 2, voy a hacer un nivel 25 para que acepten mi 2. Y claro, recuerdo llegar a un bautizo de un familiar como una diva, tenías que ver las caras de mis tías”.

Todo cambió el día que fue a confesarse con el párroco del barrio, Paco Bello, para hacer la Primera Comunión: “Yo veía que para mucha gente era un problema que te gustaran los hombres. Aprendí la palabra maricón y las reacciones que suscitaba, antes de conocer su significado. Entonces se lo conté al cura y lo normalizó, dijo que no era nada malo. No recuerdo la frase concreta pero salí de la Iglesia súper tranquila. Me apoyó. Y dije; si lo entiende el cura por qué no lo van a entender mis padres”.

Salió del armario con sus amistades en plena adolescencia. Con su familia fue un proceso más largo. “A ellos les ha costado, el hecho de que seamos de un barrio en el que todo se conocen…. Supongo que se sentirían señalados por mí. Tenía miedo de que me rechazasen en casa”, comenta sobre los prejuicios con los que convivía. “También les costó que me hiciera vegetariana y llevo ya diez años”, dice con una media sonrisa.

En el instituto la realidad fue diferente. Por fin, protegida por sus amistades “trasteonas”, como dice que eran, pudo comenzar a expresarse tal y como era. “Mi grupito era tan conflictivo que yo pasaba desapercibida. Siempre estudiaba y aprobaba”, relata. Su profesora de Filosofía del IES Cruz de Piedra la animó a presentarse a la Prueba de Acceso a la Universidad, algo que por aquel entonces ni se planteaba. En aquel momento la idea que tenían todas era ponerse a trabajar cuanto antes.

Empezó el ciclo de Integración Social en Jinámar y confirmó su vocación. “Fue genial. Se hacía mucha calle y en el segundo año nos mandaron a hacer un proyecto socioeducativo a Gamá. Fue ahí cuando conocí al colectivo”, rememora. Así, con ayuda del colectivo y de su tutor de prácticas, muy implicado en el proceso, arrancaron un proyecto de diversidad afectivo sexual en el IES Lila. “Accedimos a todo menos a la formación con los/as profesionales; que era el profesorado del centro. Hicimos sensibilización con todo el centro y con algunos padres”, prosigue.

La anécdota que Chus recuerda con más cariño fue una Fuga de San Diego en la que se encontraron el centro educativo vacío y un grupito que tomaba sol en el aparcamiento. “Todas las chiquillas y chiquillos ahí, botadas tomando el sol, esperando que llegáramos para dar la intervención. Llegamos entraron a clase. Las caras del profesorado eran un cuadro. Cuando terminamos, se fueron”, describe.

Dar espacio a personas jóvenes para hablar sin tabúes de sexualidad fue un antes y un después para Chus. Y seguramente para todo el alumnado que pudo participar. “Dábamos libertad para hablar y florecieron montón de enlaces”, dice entre risas, recordando que se colocaba frente al alumnado en aquella época con una cresta de punta y de colores.

Desde aquel momento su relación con Gamá no ha cesado. A veces con más intensidad y otras con menos pero siempre apoyando en la medida que ha podido. Lleva más de diez años colaborando de forma voluntaria en el “reparto”, como llaman de forma cotidiana al acompañamiento a mujeres trans en situación de prostitución.

Su activismo se basa en ser visible cada día pero también en sus acciones de voluntariado con personas LGTB vulnerables: “Siento que es una responsabilidad, independientemente de las experiencias de vida. Me siento en deuda con personas que han vivido otra época. Si me puedo expresar como me expreso es gracias a palos que se han llevado otras personas y a sus luchas”.

“Visibilizarse en sí ya es activismo puro y duro. Lo haces tangible y posible para algunas personas. Para quienes no tienen claro, para quienes no se pueden expresar”, argumenta, dejando claro que es consciente de que habrá gente que le genere incomodidad pero “la incomodidad de otras personas no es mi responsabilidad ni tiene que proyectarse en mí”.

Para Chus, la ayuda a personas LGTBI que sufrieron la represión franquista que ha sacado el Gobierno de Canarias de forma pionera en España, sin entrar a valorar el tema económico, ha sido un avance enorme: “Lo que más les llega es el reconocimiento de que no estaban locas. Reconocer que quien estaba equivocada era la sociedad, la administración y las estructuras de poder. Que tú me reconozcas a mí que fue equivocación tuya… Eso sí es un avance”.

Actualmente Chus trabaja con infancia y familia en un proyecto socioeducativo en el que se coordina en mesas territoriales con varios agentes. Adora a sus compañeras del trabajo, a las que también considera parte de su familia y deja 2020 con el regusto de haber aprendido que “necesitamos de las personas, la construcción debe ser común para llegar a una sociedad totalmente incluyente”.

Desde su experiencia, recomienda buscar espacios de seguridad para poder ser. “El contexto hace mucho y se hace necesario encontrar espacios de seguridad en el que tú puedes probar y expresarte sin el peso de sentirte observada, marginada o estereotipada”, detalla. Independientemente de las decisiones que se tomen en la vida, lo importante es “conocerte”, dice, porque “conocerte te permite ser”

“Lo que hay que trasladar es que esa cotidianidad no es rara. Que el sentirse raro no es malo, lo malo es no poder expresarte. Que encuentren el espacio en el que puedan ser felices porque ahí es donde te construyes, te fortaleces y te permite trasladar ese espacio de seguridad contigo. Y llevarlo allá donde vayas”.