Nací en el año 1949, el 31 de julio. Fui engendrada en Canarias pero vi la luz en Venezuela. Nací en Caracas, mi madre se fue embarazada de mí para Venezuela, entonces la gente se iba más que en avión en barco, y fueron catorce días de barco que atravesé con ella el Atlántico para ir para allá y también a la vuelta cuando me trajeron.

Llegué al mundo por obra y gracia de mi padre y de mi madre. En ese entonces vivían en el Sáhara. Ya habían tenido primero a mi hermana. Y a los dos años, vine yo. Como mi padre era radiotelegrafista en el Sáhara, en el cuartel, parece que las mujeres de militares o mujeres españolas no parían allá, entonces vino aquí a Canarias, a la Isleta, a la casa de mi abuelo y aquí nací, en la Isleta, en C/Tecén 123.

¿Quién soy? Soy Erika. La que tantos años ha estado allí y tantos años ha estado luchando contra Sergio. Sergio estaba ahí pero la que tenía la fuerza era Erika. He vivido en batalla, claro. Desde pequeñita, ya sabía lo que era. En parvulitos había una chica en mi clase que se llamaba Erika y cuando la señorita pasaba la lista y decía “Erika”, yo interiormente decía: presente. Y pensaba algún día me llamaré así.

Llego al mundo a rastras porque no quería salir y a mi madre le tuvieron que hacer un forceps en el último momento. Esa es una anécdota que en mi familia ha permanecido eternamente, porque era bastante vaguilla de niña.

Nací en el Materno Infantil. Mi madre se llama a Rita, es finlandesa y emigró aquí, a Gran Canaria, muy joven, donde conoció a mi padre, un hombre ganés migrante también, Frederick. Se conocieron y de ahí salí yo. Cuando era pequeña vivíamos en La Cornisa y pocos años después, como dos o tres, mi padre murió.

El reconocimiento de mí misma como mujer ya fue un paso. No es algo que habitualmente se tenga que plantear cualquier persona. Desde pequeña, sentí que había algo diferente. Deseaba “ser una mujer” pero tenía el concepto de que si no habías nacido con lo que se entiende por “sexo femenino”, no tenías otra alternativa.